Función negra
La Pluma. Revista de creación y pensamiento continúa con Función negra de Ignacio Martín, texto en prosa poética profundamente dialógica en el que la voz de Martín se entremezcla con las de sus referentes literarios y vitales, especialmente Julio Vélez Noguera, director de la segunda etapa de La Pluma en la mejor tradición quevediana en la que la literatura es, además, una manera de escuchar (y hablar y bromear y reír) con los muertos. Nacho, charro de dos mundos (el salmantino y el mexicano), lo sabe bien.
X
No llegaste a París, no sé si había aguacero. París no era el final, pero en París había muerto Vallejo. Quisiste darle un último homenaje: no morir de su muerte y en su muerte, pero quedarte cerca.
Te pasaste la vida persiguiendo metáforas que encontraste en la muerte.
Quería huir. Llevaba mucho tiempo… Aquella pequeña y provinciana ciudad a veces era asfixiante. Por si fuera poco, habías muerto poco antes de partir. Ya no había modo, atrás quedaban la familia, los amigos, lazos fuertes que no tendrían por qué romperse. Al frente estaban el mar, ella y una nueva vida.
Empezar fue difícil: nada tenía mucho sentido, me dejaba llevar, a veces me sentía extranjero, lo intentaba, en momentos sin saber muy bien por qué. Y luego los recuerdos: todo eras tú en ese mundo del que tanto nos hablaste, que tanto amaste, al que vinimos por tu culpa, en el que, simplemente, sabíamos que teníamos que estar.
La vida se va solucionando…
XI
Necesitas escribirlo, sabes que puedes. Quieres quedarte en México, vivir con este calorcito eterno de trópico y ese aroma de gorditas de chicharrón. No eres malo, sabes que, si lo consigues, vas a publicarlo. Lo necesitas, de verdad: escribir es la única catarsis posible.
¿Qué? Tu historia, la nuestra, la de todos, ¿algo distinto? No, eso es imposible, recuerda la catarsis.
Pues sí; solo recuerdo que Vallejo decía que siempre hay que mirar p´atrás pa poder tirar p´alante (César Vallejo visto por Cuco Sánchez, por ejemplo).
Charlemos, ya sabes que es lo mío, con una vodka —una, que es femenino, joé— o un burbon —sí, no esa mariconá de bœrbon— si me sigues hinchando los cojones, güisqui gringo.
En serio, solo los hombres verdaderos tienen historias verdaderas y las cuentan de verdad, las viven, las sueñan, las regalan…
XII
Esto ya va tomando forma, o al menos va dando a entender que no tiene forma, o que le vale madres, o que tiene un poco de todas las formas y nada de formal.
Ya hice mi viaje, ya estoy de nuevo con ese amor que se había ido un poco antes, que se había adelantado; ya me cautivó México, ya me encabroné con televisa (que se joda, sin mayúsculas), ya voy viendo qué es eso de sentar la cabeza, o de quererla sentar, que la vida está muy jodida últimamente. Ya te encontré por aquí, en esta parte norte del sur, de tu mundo.
Ya te estoy echando de menos.
XIII
¿Cómo no arriesgarse a luchar si uno adora a Vallejo y le toca ser universitario en tiempos de Franco?
Primero fueron biblias, luego café. No solo no servía para vender, encima volvía sindicalistas a los otros vendedores. Me duraban más poco los trabajos… Y ese frío de Madrid que llega hasta los huesos, y el recuerdo del calor de Morón… Cada momento, el último; el hambre, el miedo, grises como la policía del generla; las citas, las reuniones… Pero lo peor de la clandestinidad madrileña era que un joven estudiante con sombrero podría ser algo que llamase demasiado la atención…
¿Merece la pena? Ya era la tercera vez, recuerdo; creo que fue por el 71, la canción de moda era el “¿Qué será?”, de José Feliciano; la discoteca de al lado de la cárcel la ponía todas las tardes. Música de silencio que salía de las paredes de la celda.
Mierda de sistema; desde luego, que es difícil no claudicar; por momentos al menos; de pensamiento al menos.
XIV
Mucho protestabas: que la beca no te la han dado a ti, que deja tranquila a Pilar, que eres un perrito faldero.
Protestabas, sí, pero te alegrabas: tus medio hijos empezaban a levantar el vuelo, tus amigos empezábamos a saber que existe el horizonte.
Te notabas cansado; sin derrota pero cansado; te dolía el poco tiempo; te alegraba la fuerza con que se había vivido.
Te notabas cansado; te sentías en nosotros.
Estoy aquí, dizque rehaciendo mi vida. Necesitaba sentir el flujo de mi dentro: morir un poco para resucitar lejos de casa, pero con la casa viva en lo que haga; con la vida pasada viva, más que nunca, en un recuerdo.
Dicen que la distancia es el olvido…
Y un huevo.
Sensible, vital, apasionado, luchador, amigo, buena gente. No, si no digo nada; si hasta a lo mejor es cierto; sin embargo, ¿quién me quita mi úlcera de estómago?
XV
Cabrón, hijo de puta; comisario Beltrán, se llamaba comisario Beltrán. Fue una de las veces que me detuvieron. Llevaron a mi padre y allí, delante de mí, le dio un ataque al corazón.
¿Quiénes son tus compañeros? ¿Quiénes son? Si no hablas, te jodes, porque no pensamos llamar a un médico…
No fue lo que le hicieron a mi padre, lo que me hicieron con mi padre, lo que me hicieron en mi padre. Lo que me dolió fue el odio: fue sentir en mi boca, en mis manos, el sabor acre de la muerte, del deseo de la muerte de otro, de querer matar a aquel franquista hijo de su puta madre.
Un hijo, María, un hijo. Se llamará como yo, para poder llamarlo Jota, Jotita; así mi alias, al fin, habrá servido para algo… Luchamos, María, luchamos y no sé si conseguimos algo; pero Jota sabrá que sus padres, al menos, lo intentaron.
XVI
Me duele madurar: tengo que hacerlo, pero se me van quedando clavadas las astillas de tiempo, los dolores de otros; voy volviéndome libro que solo yo puedo leer, que no sé cómo y sé que necesito que me lean, que me charlen, que me vivan.
No es un ataque de egocentrismo, no; es descubrir que somos más que tiempo, más que carne, más que humanos y, a la vez, solo eso…
XVII
Aquella España que nos dio Vallejo, aquella España madre vuelta libro.
Aquel libro parido por los milicianos; la derrota, la mierda ya cercana, la lucha sin victoria que no termina nunca.
Camisas, pantalones, banderas, lonas, todo servía para que el libro aquel naciera, para poner a funcionar aquella imprenta sin papel, para dejar aquel rescoldo de emotiva venganza, para cumplir el sueño de Vallejo: un libro humano.
Franquistas, hijos de su puta madre, nos hicieron pedazos y los quemaron, no dejaron ni uno.
Pero yo sabía que existía, que vivía, que éra, como diría el bueno de César. Tres ejemplares que se escondieron en los pliegues del tiempo, en el sótano de aquel monasterio de Montserrat.
Tuve que rogar: hacerme amigo de un fraile al que, casi casi, le gustaba más el Rioja que el vino de misa, por lo menos sin consagrar; tuve que buscar a Vallejo entre las telarañas de un convento, entre el polvo y el olvido.
Este pedacito de papel, este tesoro, es una de las falsas; ya sabes, esas páginas del principio en las que no se imprime nada.
XVIII
Me has enseñado a leer a Vallejo; qué digo a Vallejo: a leer, a encontrar las palabras más allá de los libros.
Me has enseñado que la coherencia no es más que meter la pata y darse cuenta; que no es tan grave; que es bueno tener las cosas claras; tan bueno, a veces, como dejarse convencer.
Me has enseñado a ver en los momentos, a buscarlos, a dárselos a otros.
Lo que sigo dudando, la verdad, es eso de que seas ateo, sobre todo cuando te escucho hablar, como hablas tú, de la Semana Santa de Sevilla.
XIX
Me estás diciendo, cabrón, que si el diálogo, que tenemos que hacer concesiones en aras… En aras de su puta madre, joder, van tres veces en la trena y no he aguantado eso para que el impresentable de Carrillo y otros como él nos vendan por un plato de lentejas. Ya sé que somos pocos, que no podemos obligar a la gente a preocuparse, a pensar. Ya sé, pero no puedo quedarme quieto sin más, olvidarme de lo buscado y lo vivido. ¡La virgen! ¿Pero es que nadie se da cuenta de nada?
¿Por qué? ¿Por qué ese afán por las cumbres? Luchamos por algo y perdimos la batalla, no es razón para cambiar de frente; nunca hay que olvidar eso de los mismos perros con distintos collares.
No podía abandonar la nave; pero al frente, la playa no era más que un arrecife. Unos la abandonaron, otros cambiaron de barco.
Recuerdos; y digo yo: si en Morón no hay mar, ¿de dónde hostias me salió esta vocación de Accab, de Nemo?
Lo siento, mujer: no quisiste esperar. Ya sé que somos padres, pero también que no son buenos tiempos, y que todo me angustia, y que me dejo llevar por los pocos momentos que parecen poemas. Te dije que me dieras un mes, te pedí mi soledad para aclararme. No esperaste y ahora vamos a divorciarnos.
Nunca me han convencido las excusas: ¿qué quieres que te diga?
XX
Se me está desmadrando el tiempo narrativo, pero creo que todavía se entiende; o que se entiende que no hay nada que entender.
También se me están yendo de las manos los personajes, o quizá es que nunca fueron míos. A lo mejor es que no hay personajes. Ay, Dios, qué difícil es esto…
No sé por dónde queda la catarsis: soy primerizo, escribo para poder leerme, para que lo que vivo dentro cobre forma; y quizá es solo eso: que la dichosa catarsis no es otra cosa que la conversación.
No conformarse, ver, darse cuenta de lo malo y quererlo cambiar. Conocer otros tiempos en las vidas de otros, y ver los parecidos; sentir entre las manos ese tiempo, ya nuestro, que se va diluyendo, ya lo dije, que se va haciendo instante.
Seguir viviendo y gozar del recuerdo del momento presente.
¿Será esto una novela, un libro de poemas o un mal rollo?
¿O uno bueno?
XXI
Anda que no tenía broncas con mi padre. Ya sabes, era un médico de pueblo; yo lo quiero mucho, pero cuando encontré en aquella librería de Sevilla España, aparta de mí este cáliz, ya sí que no entendía nada; o lo entendía todo: ya no podía aceptar a Franco, ya no podía quedarme quieto. Por si fuera poco, empecé la Facultad, me fui metiendo en rollos.
Lo de la policía llegó sin darme cuenta: que reparte estas octavillas, que vamos a hacer una asamblea, que vienen los grises…
Además, muchos profesores, fachas, claro, imponían su voluntad, que no su razón; en todo, hasta cuando hablaban de poesía.
No podía hacer otra cosa.
Franco ha muerto.
Había celebraciones. Además, mi hijo acababa de nacer. El futuro era azul, que diría un poeta modernista cursi. Sí, pero yo sabía que mi lucha no iba a tener todos los frutos; quizás era radical, pero ésa no era mi idea de democracia, ésa no iba a ser la España madre que sintió Vallejo. Volvería a hacer lo mismo, sí, pero, por lo menos, tenía que encabronarme, joé, ya sabes cómo somos los andaluces…
Allí estaba.
Galeano.
Tanto que había esperado conocerlo… No sabía cómo hacer: era un congreso de escritores, un ambiente maravilloso, loco, una explosión de libertad al poco tiempo de morir el dichoso general.
Galeano, el uruguayo, vivía exiliado en España; y estaba allí: yo quería presentarme, charlar con él, decirle que alguien que hubiera escrito Las venas abiertas… tenía que ser buena gente.
Nos perdimos, después del desayuno, por los parques y los bares de Las Palmas; hablaba despacio, con una voz muy suave; y también acababa de ver a Dirk Bogarde en Muerte en Venecia; y también adoraba a Vallejo, aunque parece que no se llevaba del todo bien con Benedetti.
Y nos hicimos amigos.
XXII
Me gusta hablar contigo: que me cuentes, vivir en lo que cuentas ese tiempo tan vivo, esos años que echo de menos desde siempre, aunque no los viví más que naciendo.
Me viene bien que tu madurez me hable de locuras, que tu presencia me ayude a encontrar amigos que tampoco quieren quedarse quietos, y que entre todos los fuera de lugar vayamos creando pequeños lugares que sí sean nuestros. Me reconforta pensar, lejos de casa, en todo esto, vencer con los recuerdos el tiempo y la distancia.
La nostalgia es esa cosa con plumas… Bueno, eso era la esperanza, pero eso, para mí, son los recuerdos que están vivos: pedazos de esperanza que encontramos hurgando en las heridas.
XXIII
Quizá yo no las escribí, pero toda mi vida, todos mis momentos, están perdidos entre páginas. Quizás algunas aún no se han escrito. Quizás otras no las leeré nunca, no las habré leído…
La música, el flamenco, son mías y yo soy suyo. Tal vez no tengo buen oído, pero a veces lo importante es saber escuchar.
Las saetas, la Macarena, el silencio, Triana; la música que duele porque es alma que uno se va arrancando a pedazos.
Sevilla, Pascua, la muerte tan presente, la fiesta y el dolor: el flamenco…
No hace falta ser católico: basta ser hombre y haber leído a Vallejo.
XXIV
Dijiste: hoy van a conocer a un gran amigo, es obligatorio beber.
Pusiste el casete, nos serviste burbon en vaso helado, dejaste uno junto al equipo de música, tu amigo no se iba a quedar sin beber.
Allí estabas; el otro era Galeano; dos locos sacando una conversación de una botella; unos cuantos locos más, escuchando, conociéndose en tu amigo, conociendo en ti a una buena persona, encontrando un nuevo amigo en las palabras.
La buena gente se acaba juntando.
Tiempo después, no pude beber esa copa que ahí sigue, pendiente…
XXV
¿Por qué? No lo sé, amor. A veces, las uniones son frágiles; y si algo pasó, no son la solución los convencionalismos. La vida sigue, tenemos dos hijos; algo se apagó y esa llama no debe quemarnos…
Hijo, Jotita, dame todos los disgustos que quieras (bueno, no tantos, no te pases). Aprende de los errores, nunca te reprimas… Lo único que te pido como padre, y como padre que hace también de madre, es que nunca me pierdas la confianza…
Fue difícil volver; la guerra, la clandestinidad, dejan marcas, aunque solo sean años. Fueron duros los libros de nuevo, aunque fuera Vallejo. Fue jodido subirse a la tarima, aunque fuera en mi casa y con Jack Daniels de por medio.
La vida es un tesoro. La mía es la guitarra de Diego del Gastor, una botellita de vino, de burbon, de vodka, alguno de mis amigos: uno, y en él, todos…
XXVI
En España era complicado eso de los comunistas, los de izquierdas. Eran los malos de la película. Sin embargo, los buenos me empezaron a dar miedo demasiado pronto.
Luego resultó que no eran tan malos, pero como eran ateos y yo iba a un colegio de curas, pues tampoco. La verdad es que tardé en decidirme, o en darme cuenta, pero los amigos que iba haciendo, los de verdad, tiraban más para ese lado. Ya más mayor, en la Facultad, como encima me dio por la “lucha revolucionaria”, no tuve más remedio, o encontré una especie de excusa que había buscado, sin saber, tanto tiempo…
De pequeño quería ser misionero. Lo de escritor también me dio pronto, y en cuanto crecí me dio más fuerte, porque no era el guapo de la pandilla, no sabía tocar la guitarra —y mira que lo intenté veces—; era lo único que podía hacer para impresionar a las chicas.
No me fue mal, aunque cada vez que me daban calabazas era algo terrible. Ya desde entonces me tomaba todo demasiado en serio…
Vivir es recordar para que los recuerdos revivan, para vivir nuevos recuerdos en futuro, para contarlos para que otros recuerden. Para vivir, que diría Pablo.
Vivir es complicarse la vida; y merece la pena.
Y que no estén chingando; ya está bien.
XXVII
Los curas, crecer con el miedo y la angustia como catecismo; matar como a una mosca los sueños y las dudas.
No te preocupes: si algo no consiguieron fue que me vistiera con sus sotanas, negras a veces de cerrazón y de amargura.
De verdad, me alegro de tus de vez en cuando: de vez en cuando a manifestaciones; de vez en cuando a misa.
Catoliquillos rojos en los noventa; el Ché Guevara y Casaldáliga; la bandera del Frente Sandinista entre los dibujos de Solentiname; estudiantes que no preguntan por los exámenes y que quieren juntarse después de clase para hablar de Vallejo.
Parece que no todo se perdió; que algo conseguimos; que queda buena gente. Pero, joder, me sorprende un poco: me debo estar haciendo viejo…
XXVIII
No, pos sí. Es otra cosa. Újule.
Cuando estés en México, relee Pedro Páramo en Día de Muertos, ya me dirás.
No te dije.
Solo pude ir a Mixquic: Janitzio está cabrón para una pinche beca para dos.
Es otra historia.
Va por Cuba; Caravana por Chiapas…
Cuando entré en la UNAM, me llevé algo así como una sorpresa; yo, que lo había intentado allá, que sufrí la parálisis de unos universitarios que ya se creían primermundistas, que tenía que utilizar papel cuché en los carteles para llamarles la atención…
Aquí, parece que, al menos, todavía se lucha, sirven los carteles a mano, se es joven para algo más que para ir de bares, se está en la Universidad para algo más que para hacerse viejo.
Si no se quedan en el lucha, lucha no dejes de luchar, todavía hay esperanza. Si en el panfleto asoma algún verso escondido de Neruda, y no los tópicos, la lucha merecerá la pena.
Si no, ni para hacerse viejos.
Es difícil exiliarse cuando aparentemente no hay razones, cuando no hay más razón que uno mismo, cuando solo se quiere empezar, o seguir, o luchar, porque sin lucha no se vive.
Es jodido explicar lo que uno siente a los que atienden en las ventanillas de la Secretaría de Gobernación.
(Instituto Nacional de Migración).
XXIX
Tres locos en Madrid: tres andaluces jóvenes y antifranquistas —cómo dolió darse cuenta de que no era lo mismo—, a pasar un fin de semana, a descansar de las últimas redadas, de los calabozos de la comisaría.
Teníamos el seiscientos de Paco, se lo había prestado su padre. Nos habían dicho que los bocadillos eran baratos y, como ninguno teníamos malas intenciones, podíamos arreglarnos para dormir en el seíta.
Me gasté lo que me habían dado por limpiar coches en Morón: no recuerdo cuánto dinero, en comprar pintura, una especial, por si se podía dejar un recuerdo en Madrid.
No veas lo que fue, después de unas cuantas jarras de un vino malísimo que bebimos en una bodeguita, tirar para el Bernabéu y, a las cuatro de la mañana, dejar la pared de la tribuna, junto a la puerta por la que entraba Franco cuando iba a los partidos, como cualquiera del Barrio Latino de París unos meses antes.
Es que íbamos a conocer a Blas de Otero.
XXX
Poemas: así empecé a escribir y, de repente, me paré; ¿cómo continuar?
Es difícil penetrar el folio en blanco, vencer las timideces mutuas, pedirle ayuda, dejarse llevar, tener paciencia, pasar de la página diez, de la treinta, saber parar a tiempo, no vaya a pensar que soy un pesado, atreverse a los otros, que son algo más que lectores, atreverse a uno mismo, que ya no sabe qué carajos es.
Son muchos los años y demasiados pocos los momentos que valgan la pena. Qué bueno que los viví, que los vivo.
Ladran los perros. Las tres de la mañana. Un sueño del carajo.
No puedo dejar de escribir.
Qué bueno.
XXXI
Compre el disco. No podía creerlo. Sí, vivía en la clandestinidad; en la verdadera, no en la de Felipe o Guerra: apenas tenía dinero para comer. Sí, pero en aquel disco descubrí uno de mis poemas; lo habían hecho siguiriya. No ponía el autor y ésa era su inmensa belleza: el pueblo se había vuelto el autor de ese poema, lo había hecho suyo; mi gente, mi pueblo gitano y andaluz…
¡Todo el mundo al suelo!
Dios, otra vez esta angustia. Mi segundo hijo, que acaba de nacer. María, en casa; yo, sin poder volver, porque sé que los ficheros de la policía siguen ahí. Seguiré entre los periodistas, aquí, en el Palace.
No sé rezar, se me olvidó, pero lo haría para evitar de nuevo esta tortura.
La Universidad de Salamanca: ¿qué carajos voy a hacer allí? No conozco a nadie; voy a empezar de nuevo; siempre empezar de nuevo…
XXXII
Puede que estemos en la mesa de un café, o en casa; quizá vamos en tu coche, en el viejo Percherón. Puede que no estemos, que lo que pase es que nos están siendo. Puede que Quevedo tuviera razón, que no haya más que humo; o puede que la tuviera Vallejo, y Dios esté, pero se haya puesto enfermo; o que Santiago de Chuco se haya vuelto las cuatro paredes de la celda; o estuviera en París con aguacero.
Puede que no llueva en París.
Puede que en esta tarde, que no es tarde ni tiempo, todos pasen, y ni pregunten, ni nos pidan nada: puede que hayamos muerto un poco.
Puede que Pedro Rojas se haya vuelto Páramo, tantito.
Puede que masa ya sea solo mundo, sin cadáver.
Puede que el fuego se pronuncie en Trilce.
Puede que Julio Vélez no haya muerto, que esté en un libro que alguien está escribiendo por las noches, que tampoco son noches.
Puede que todavía.
Puede que odumodneurtse.
XXXIII
Desde luego, sí que son pesadas estas guaguas, o como aquí se diga, peruanas. Eso sí, los Andes son otra cosa: te abren el alma aunque no quieras, te hacen pensar aunque te gane el sueño.
Oiga, chófer, ¿falta mucho para Santiago de Chuco?
No sé por qué, pero aunque vaya a conocer su casa, no solo me viene César a la cabeza; no sé por qué llevo un rato pensando en Cavafis…
XXXIV
El tiempo, no el reloj. El sueño, no la cama. El amor, no cualquier parte. La música, no el Sony. El hogar, no la puerta. El libro, no la mano que sostiene la pluma. El amigo, no la agenda. La charla, no el café. El buen rato, no el vino. La guitarra y Diego, no el purista. La gente, no la sección amarilla (o la otra). América, no el realismo mágico. Cuba, no los artículos de opinión. El camino, no los pies. El instante, no el calendario. La carcajada, no el chiste. La ternura, no la sonrisa. La mirada, no los ojos. El alma, no San Agustín. La derrota, no Televisa. El solitario, quizá, no la soledad. El momento, no el cigarro. El churrasco, no el restaurante. La literatura, no (solo) las regalías.
¿Será esto un poema en prosa? Tengo que preguntarlo.
XXXV
Joder con lo de Tejero: las pasé putas. Solo fue una noche, pero en la que no pude volver a casa, en la que no sabía si me buscaban, si iban a conseguir jodernos a todos.
Como a las dos semanas, Cambio 16 publicó una lista de los primeros objetivos de los golpistas: cerca de trescientos tíos que se querían cepillar rapidito esos cabrones.
Por un momento, solo por un instante, volvió toda esa angustia.
XXXVI
Las ideas, las fronteras, las costumbres, los gustos. Nada impuesto se parece al futuro; por lo menos al nuestro, al mío.
Tampoco existe el tiempo cuando intentamos, al menos, poder seguir soñando.
La rima interna me está volviendo un poco panfletario.
XXXVII
Me jodían pero bien. Cómo pude atreverme, cómo pudo atreverse un rojo andaluz —yo creo que hasta pensaban que era maricón— a penetrar en ese sancta santorum del saber, a enseñarles a ellos, a los sabios, que Sócrates tenía, cuando menos, un poquito de razón, que unos cuantos amigos, no discípulos, —otra más— eran buena compañía para una juerga, y para trabajar, y para aprender.
No sé cómo; bueno, sí, pero es que a veces me costó un trabajo…
Me atreví, me echasteis una mano, hicimos un escándalo para aquella gentuza, hablé de Franco, lo llamé fascista en pleno Paraninfo, trabajamos, trajimos —o llevamos— a Vallejo…
Sobre todo, nos lo pasamos de puta madre.
XXXVIII
Hablando contigo, señor profesor, recuerdo a mi primera profesora de literatura, doña Auxi, la Auxi; no solo me inició, si así se le puede llamar a unas clases de colegio de curas en las que, a la mayoría, aquello de la literatura le parecía una chorrada. No es solo eso, también me dijo que escribiera, que no lo hacía mal, ¿tú sabes lo que es que te digan eso a los trece años?
Cuando entré en la Universidad, la seguí viendo, de vez en cuando. Recuerdo que la primera vez no sabía cómo dirigirme a ella: me salió un Auxi que me hizo temblar, por aquello de que le pudieran malinterpretar a uno. No pasó nada; fuimos perdiendo el contacto y, mira por donde, me vuelvo a encontrar con ella en medio de unas páginas que me empiezan a parecer algo así como un paseo, una charla, recuerdos…
XXXIX
Es difícil ser padre; además, joder, es que yo tengo que ser padre y madre, sin dejar de querer ser amigo, sin olvidar que no es malo que, de vez en cuando, se den algún encontronazo.
Me revientan los críticos que son más importantes que Rulfo, porque ellos lo descubrieron. Me encabrona el poeta que prostituye un premio.
Solo quiero enseñar literatura, disfrutar con Cortázar, sentir la desazón de Pedro Páramo.
Demostrar que todo esto también sirve para algo.
América, Morón, tú, yo, ¿para qué servimos si no nos volvemos metáforas?
Solo quiero, cuando sea, morir en paz… con la muerte.
Me siento mal: quizá son los años; también la lucha cansa, también me apetece un lugar más o menos mío, saber que puedo descansar, que alguien está conmigo, que no siempre voy a estar empezando.
Joder, no se trata de cambiar, pero me vendría bien un poco de calma.
Me acaba de llamar por teléfono: que el sábado pasa a recoger sus cosas.
Que ya no.
XL
¿Cómo se hacen amigos? Qué sé yo: el caso es que, a veces, me falta ese saber que alguien siempre está ahí, con una botella lista, a cualquier hora, para lo que sea, haciendo que eso de que para algo están los amigos sea más que una simple frase hecha. Tengo muchos amigos aquí dentro, pero a veces, solo a veces, uno necesita agarrarse de algo más tangible que un símbolo, saber que la distancia no es tan grande.
Que con literatura oral también se escribe.
XLI
Ya verás lo que son los veintisiete: es un salto, un paso más. A esa edad murieron Jim Morrison y Jimi Hendrix, entre otros; a esa edad tuve mi primer hijo; a mis veintisiete murió Franco, me sentí bien, y mal, sentí lo absurdo que es a veces luchar, lo necesaria que es, a veces, la mala fe.
Crecí, aunque ten por seguro que volvería a hacer lo mismo; ahora, en la distancia que solo puede dar el tiempo, sé que no tengo nada de lo que arrepentirme.
Cualquier cosa, lo que hagas, siéntelo, hazlo tuyo; todo, hasta escribir; sobre todo escribir. Solo así podrás hacer algo que valga la pena.
Museos, Academias, Congresos, Cementerios…
Con mayúscula.
XLII
Hoy me dijo un amigo, de aquí, poblano y escritor de novelas policiacas, que por qué chingaos buscamos fuera, que bastante tenemos con lo nuestro.
¿Quién mejor que nosotros para decir la vida, nuestra vida? ¿A poco no es suficiente? ¿Qué le falta?
Pues es verdad.
Siempre supiste que quizá no terminara dando clase, que no sabía muy bien lo que quería hacer, pero que quería hacer algo. La verdad, sigo en las mismas, solo que ahora sé que me gustaría seguir escribiendo, y hasta intentar vivir de ello; pero también hacer algo en lo docente, para llevar a la Universidad a los escritores que estoy conociendo, porque esto de vivir de corregir galeras en la ciudad más grande del mundo tiene sus ventajas.
No te preocupes, son todos del estilo iconoclasta. Me seguiré peleando con los académicos.
Qué le vamos a hacer…
XLIII
No quiero ser un catedrático; las enciclopedias no son más que camposantos; no quiero cuidar muertos.
Un maestro; eso es, enseñar a unos cuantos amigos que viviendo también se puede aprender literatura; y transmitirla.
Que también se madura equivocándose.
XLIV
Profesores, maestros: tantos de los primeros, tan pocos de los otros. Tú, además, eres amigo, de verdad, de los que a veces se enfadan, y se emborrachan juntos, y ahí están siempre, por nada en especial; simplemente, porque tienen que estar; porque hay que disfrutar de lo insignificante, o que parece, y a veces es difícil sin ayuda.
Qué huevos; pero, aunque lo necesito, a veces, escribir, como que duele; las heridas escuecen al escarbar en ellas, pero es la única forma que conozco de curarlas.
XLV
Pinche gachupín, como dicen allá. No, si siempre lo dijiste: yo soy hijo de la revolución.
Esa broma de la tristeza que era vivir de oídas todas las revoluciones, saberse en un mundo tranquilo, adormecido. Y no quererlo; y no saber qué hacer, cómo salir.
Exiliado de nadie sabe qué; es más, nadie sabe que estás exiliado, aunque a veces lo digas, como broma y como homenaje a esos viejitos del Ateneo Español, a esos que todavía pronuncias las zetas, o conservan su acento asturiano después de tantos años. Solo les queda el habla de tanta patria, de tanta tierra y tanto tiempo que les robaron.
XLVI
Es en la noche cuando aparecen los fantasmas, cuando los muertos viven, cuando las vidas de otros, que hemos vivido y se nos han ido quedando dentro, cobra una especie de forma; los sueños que nos han ido adormeciendo se vuelven duermevela; la oscuridad alumbra la negrura que, de día, rasga nuestras entrañas, se nos clava en la vida y lo vivido.
Tenemos tanto dentro… Es bueno conversarnos también, buscar en nuestras sombras, dejar junto a la tierra lo cadáver; caminar, sin espacio, sin tiempo, con Pedro Rojas, con Vallejo, contigo, llenos de mundo, pero alejados para siempre del vacío de la muerte.
La luz no es tan sencilla; la noche es mucho más que oscuridad.
Coño, me diste el empujón; me mostraste el camino y te quedaste en él. No puedo volver, no voy a volver.
Sin embargo, sigo sin entenderte: sé que estás ayer, ¿cómo quieres que te busque mañana?
* Filólogo de formación, poeta, escritor y editor para ganarse la vida. Obra: Luz tan fuerte que se escucha, Con toda la intención (versión de libre acceso disponible en esta web), Edición de autor, Panfletario (versión de libre acceso disponible en esta web), Función negra e Intención de autor (Obra reunida, 1988-2018). Como poeta, ha sido incluido en diversas antologías y revistas culturales y es coautor, junto con Pilar Leal y Rafael Pontes, de Tras la huella de... El cuento, publicado por la editorial Édere. Desde 2010, publica la columna “Charro de dos orillas”; primero apareció en el periódico El Adelanto, de Salamanca, España; tras el cierre de dicho diario, en mayo de 2013, la columna continúa en SalamancaRTV al Día (diario digital).
Este proyecto de recuperación de las dos primeras épocas de la Revista La Pluma (1920-1923, 1980-1982) ha sido posible gracias a la Subvención de concurrencia competitiva actividades Memoria Democrática en su convocatoria del año 2021 ("La Pluma, tercera época", 043-MD-2021).