Quien no arriesga pierde siempre
Una vetusta gárgola recorre hoy las cornisas de la globalización. La suerte de imperio democrático –que se ha hecho hueco en un progreso que niega las emociones, el humanismo y las sensaciones–, ha promovido de forma seguramente involuntaria lo que ahora parece la resurrección de la ultraderecha, incluso del fascismo, que se viste de atractivo antisistema y se legitima en las urnas. A la par, la cultura de la inmediatez y de la aceleración corrompe formas de pensamiento serenas y profundas. La pluma renace, tanto contra lo líquido y gaseoso, contra la rigidez, contra el anquilosamiento, contra la tentación de la inmovilidad.
Un espectro de alas geométricas y mandíbulas de acero, con aspecto y disfraces de guiñol, se cuela en todos los gobiernos del planeta. La teatralización del poder, en el peor sentido de la palabra, ha llevado a que la gestualidad sustituya el contenido. De esta deriva, siguiendo una estela inaugurada por un teleñeco llamado Silvio Berlusconni, han surgido una serie de presidentes casi de opereta, como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Matteo Salvini, Viktor Orbán o Giorgia Meloni, junto a gente sin duda culta pero de cinismo arrollador, como Boris Johnson. Todos ellos comparten elementos de cultura y praxis políticas de naturaleza ultraconservadora, xenófoba, nativista y ultrarreligiosa.
La cultura de la aceleración, de lo líquido (ya casi gaseoso) y el espacio público digital ha favorecido que el tuit-pensamiento (bien en la forma más divertida del “zasca” bien en la efectiva de la consigna) sustituya al mensaje. Por esa rendija gigantesca se cuelan mensajes del populismo, del nativismo, y se replantean temas de la derecha radical que incorporan planteamientos que el consenso antifascista europeo posterior a 1945 había impedido. Algunos pensadores de esta onda como Agustín Laje o Alain de Benoist han llegado a plantear la superación del principal de los consensos: los derechos humanos.
Bien sabemos que la nueva derecha no es equiparable al fascismo pero la derecha radical europea está plagada de nostálgicos del fascismo histórico y optan por soluciones populistas, identitarias y antisistema. No obstante, el ágora digital no solo sirve para trasladar pensamiento gaseoso. También puede conformar seriedad.
La Pluma ha sido en su siglo de historia –y lo sigue siendo– un proyecto humanista y moderno, más que posmoderno. En ella cupieron –caben– todas las formas del pensamiento sólido. Si el sistema es la democracia liberal, La Pluma ha sido –es– sistémica.
En su primer pórtico, en 1920, sus fundadores hicieron una declaración solemne: “La Pluma ni pone ni quita reyes”. En este tercer vuelo de La Pluma que hoy se emprende, nos ratificamos en ese mensaje, pero con una salvedad: esta vez La Pluma tendrá siempre una actitud combativa contra la impunidad, sea de reyes o aforados. La impunidad es enemiga de la igualdad, un ideal que La Pluma siempre ondeará como propio.
En el primer pórtico de la segunda etapa de La Pluma, en 1980, sus refundadores declararon también solemnemente que “la cultura o es subversión o no es nada”, así pues, escribían, “todos tenemos la palabra”.
Todos tenemos la palabra también quiere decir, en esta tercera etapa, que La Pluma brinda sus bits a toda una generación de creadores y pensadores que en las últimas décadas han sido silenciados por el ruido mediático que han hecho firmas tan famosas como en ocasiones inocuas, y que han monopolizado el pensamiento y la creación. Es momento, por tanto, de que también hablen los callados.
Nuestro primer número tiene un especial dedicado a la gárgola del fascismo, al regreso del pensamiento único y unívoco a cargo de dos grandes escritores, Alfonso Domingo y Mariano Sánchez Soler. En estas mismas páginas, el antropólogo Eudald Carbonell aboga por decrecer y dejar de obtener materias primeras a un ritmo trepidante. El catedrático Víctor Sampedro Blanco propone rehacer el ágora digital para evitar los “tecnopopulismos”. La periodista Magis Iglesias nos recuerda que el “tinglado” entre el tardofranquismo y la democracia ha limitado avances en los derechos de la mujer y propone como modelo a seguir “la vida buena”, de Michael Sandel. El filósofo Eduardo Subirats sugiere refundar los derechos humanos a partir de aquellos vínculos sagrados con la tierra que garantizan su supervivencia. El multifacético Enrique Badía se pregunta sobre la viabilidad de un modelo monárquico en España basado en la impunidad. La profesora Palmar Álvarez-Blanco aboga por prácticas de relación social que contengan un ethos mutualista, solidario, cooperativista, antirracista, ecologista o feminista, los common studies.
Pero La Pluma ha sido –es– fundamentalmente un espacio de encuentro artístico. Aquellos Lorca, Cipriano de Rivas Cherif, Gómez de la Serna que escribieron en la primera época, o Galeano y Guillén de la segunda etapa, encuentran ahora eco en los textos de Miguel López, Annie Pui Ling Lok, Juan Ayala, Raúl Cortés, Kiko Muñoz, Juanma Rivas, Emilio Soliva, Cris Solnie, Carlos De Andrés, Javier Medina, Paul Reed y Juan C. Martín en el ámbito de la creación.
Y una revista como la nuestra que aboga por la solidez intelectual (no la identitaria) no puede menos que apostar por la historia como proyecto. En la sección “Historias de la Pluma” Fanny Rubio, Javier Huerta, Sergio Santiago y nosotros mismos recuperamos algunos momentos importantes de las dos primeras épocas de la revista: sus proyectos culturales o su relación con el teatro de la época. La sección de “inéditos” siempre ha caracterizado La Pluma (en la primera época se publicarían inéditos de Darío o de Valle; en la segunda de Lorca y de Guillén). En esta contamos con inéditos de la gran poeta Claribel Alegría y de Julio Vélez, que fuera director de la segunda época. A su vida, a su memoria, van estas líneas.
Bibliografía
Benoist, Alain de, Derechos humanos. Deconstrucción de un mito moderno, Tarragona, Edición Fides, 2016.
Laje, Agustín, La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha, México, Harper Collins, 2022.
* Julio Vélez es Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y Director del Instituto del Teatro de Madrid. Miguel Ángel Nieto Solís es un periodista independiente, dedicado a temas de investigación y a coberturas de guerra durante más de 25 años. Es documentalista, productor y realizador de documentales sociales, de investigación y de carácter histórico para televisiones de todo el mundo.