La Pluma y el eterno retorno

Miguel Ángel Nieto y Julio Vélez Sainz*

No todos los tiempos pasados fueron mejores, ¿qué duda cabe? Pero en algunos sí que hubo momentos que, vistos desde la atalaya de la actualidad, dan cierta envidia. Las primeras dos épocas de La Pluma surgieron en un momento de cambio y transformación. La primera época, La Pluma, revista literaria que transcurrió de junio de 1920 al mismo mes en el 1923 nació a la par que Adolfo de la Huerta asumía la presidencia de México, que se pactaba el Tratado de Trianón por el cual se dividía Hungría y poco antes que Rusia reconociera la independencia de Lituania. Edgar Rice Burroughs estrenaba Tarzán el indómito, mientras Agatha Christie comenzaba las aventuras del inspector Poirot (El misterioso caso de Styles), Henri Matisse pintaba a su Odalisca mientras Pirandello, ya fuertemente atraído por ese fascismo que siempre parece retornar, buscaba un autor para sus seis personajes.  Mientras Keynes disertaba sobre las consecuencias económicas de la paz, Sigmund Freud publicaba sus Ensayos de psicoanálisis. Eran tiempos de cambios y revoluciones (los fantasmas de la del 17 resonaban con fuerza por toda Europa), de contestación y revolución. Eran momentos en los que un Valle-Inclán de pensamiento fuertemente enraizado en el carlismo podía admirar a un anarquista como Mateo Morral en una de las escenas más memorables de Luces de bohemia. Esta escena sería censurada (otro fenómeno que parece siempre estar de vuelta) por la recomendación de un socialista científico bastante ortodoxo como Luis Araquistáin en la revista España, aventura anterior del que acabara siendo uno de los primeros editores de La Pluma primera época, don Manuel Azaña. Azaña y su amigo, y luego cuñado, Cipriano Rivas Cherif, habían vuelto a Madrid en junio de 1920 antes de empezar esta aventura impresa que convive con la citada revista España. El elenco es magnífico: en el número 1 de La Pluma figuraban como redactores José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Ramón Pérez de Ayala, Luis de Zulueta, Eugenio D’Ors, Gregorio Martínez Sierra y Juan Guixé y se anunciaban como colaboradores, entre otros, a Francisco Acebal, José López Pinillos, Luis de Tapia, Luis Araquistáin, Manuel Azaña, Luis Bello, Jacinto Benavente, José Moreno Villa, Ramón del Valle-Inclán y Miguel de Unamuno. Aquella aventura indicaba una manera de hacer revistas culturales en las que se combinaba el pensamiento y la creación.

Sirvan como ejemplo los múltiples inéditos. Por ejemplo, “Peregrinación” de Rubén Darío, que había muerto en 1916 se publicó en el número 7 de 1 de diciembre de 1920 (Primero Año I, 289-292). Un lugar de honor tendría Ramón del Valle-Inclán quien publica por vez primera muchas de sus obras en ella. Farsa y licencia de la Reina Castiza aparece en los números 3, 4 y 5; Los cuernos de don Friolera, en los números 11, 12, 13, 14, 15 y Cara de Plata, en los números del 26 al 31. De hecho, la revista llega a dedicar un número homenaje completo a Valle, el 32, en el que colaboran los más señeros colaboradores de entonces. El propio Manuel Azaña realizará un trabajo titulado “El secreto de Valle-Inclán” en el número 32 [1923: 82-89].

El espíritu de encuentro de creadores y pensadores continuaría en una segunda época, también fascinante en sí misma. En mayo-junio de 1980 se anunciaba por el módico precio de 300 pesetas el número 1 de la segunda época de La Pluma, en este caso dirigida por Manuel M. Azaña, Luis Martínez Ros y por Julio Vélez, quien dedicaba un ensayo a la nueva derecha y lo tecnotrónico (otro elemento de eterno retorno). La nómina de aquel nuevo primer número es también impresionante: Fernando Savater (quien todavía hacía éticas para Amador), M. Tuñón de Lara (uno de los pensadores más injustamente olvidados del siglo pasado), Dieter Prokop, Jorge Guillén, Eduardo Galeano y Ricardo Doménech, como cuota teatral. Eran tiempos de cambio, de pulsiones, y de muchas transiciones (tantas como personas que la vivieron). A España no la iba a reconocer ni la madre que la parió en breve, pero antes, poco antes, se abrió una ventana utópica donde todo era posible. La continuidad con el proyecto de Azaña y Rivas Cherif era obvia y estaba, además, asegurada con la presencia de Manuel M. Azaña, heredero intelectual del Presidente. En esta segunda época se mantenía la línea editorial de la primera en términos de creación y pensamiento con un nutrido conjunto de textos literarios, artísticos, teatrales y filosóficos. La de 1980 aspiraba a “converger en el debate cultural con la finalidad de aportar al mismo propuestas de diálogo desde la perspectiva más que generacional”. En ella se pretendía afirmar la capacidad transformadora de la creación: “Cuando se nos propone ser receptores—simples consumidores—del hecho cultural, nosotros afirmamos nuestra capacidad de creación. La cultura es subversión o no es nada” (1980: 6).

Hace más de 40 años Vélez anunciaba las guerras culturales de la sociedad tecnotrónica, no muy lejana de la digital actual en la que la “nueva cultura de esta supranacionalidad y de la internacionalización de la economía sería la cultura de esta sociedad tecnotrónica, determinada sobre los planos cultural, psicológico, social y económicos por la influencia de la tecnología y la electrónica” (1980: 9) y en la que los oligopolios mantendrían elementos de control social marcados por la tecnología. Esta nueva etapa de La Pluma, dirigida en este caso por Miguel Ángel Nieto Solís y Julio Vélez Sainz (en cierto sentido correa de transmisión del espíritu de La Pluma original) se pretende contrarrestar la indudable tendencia del control social de los medios digitales.

No hace falta saber si todos los fenómenos de tiempos pasados fueron mejores; de hecho, la mayoría vuelven en una suerte de terrible y admirable eterno retorno en una espiral que desdice la metáfora benjaminiana del ángel de la historia. La Pluma. Revista de Creación y Pensamiento vuelve en su tercera época con la intención de analizar y presentar los retos de este bravo nuevo mundo digital donde lo etéreo y volátil ha sustituido incluso a la sociedad líquida. Esta nueva-vieja pluma se erige y transforma en un faro desde el que se propone bandear las olas de este presente digital siempre en ebullición, en un incesante juego con el eterno retorno.

Bibliografía

Azaña, Manuel, “El secreto de Valle-Inclán”, en La Pluma, 32, 1923, 82-89. URL.  enlace

Brzezinski, Zbigniew, La era tecnotrónica, Buenos Aires, Paidós, 1979.

Darío, Rubén, “Peregrinación”, La Pluma, I.7, 1 de diciembre de 1920, págs. 289-292.

Vélez, Julio, “Lo tecnotrónico y la nueva derecha”, La Pluma, núm. 1, 1980, págs. 7-14.

* Julio Vélez es Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y Director del Instituto del Teatro de Madrid. Miguel Ángel Nieto Solís es un periodista independiente, dedicado a temas de investigación y a coberturas de guerra durante más de 25 años. Es documentalista, productor y realizador de documentales sociales, de investigación y de carácter histórico para televisiones de todo el mundo.

Este proyecto de recuperación de las dos primeras épocas de la Revista La Pluma (1920-1923, 1980-1982) ha sido posible gracias a la Subvención de concurrencia competitiva actividades Memoria Democrática en su convocatoria del año 2021 ("La Pluma, tercera época", 043-MD-2021).

Revista editada en Madrid por Teatrero del ITEM.
Registro Legal: M.17304-1980
ISSN(e): 3020-4062