La España nazi: crónica de una colaboración ideológica e intelectual, de Marco da Costa (2023) Reseña
Este ensayo publicado por la editorial Taurus de más de seiscientas páginas nos ofrece un pormenorizado cuadro histórico para entender las sinergias entre la derecha antirrepublicana y el nazismo. La prensa católica, carlista y protofascista se inspiró en la solución alemana contra una República atea y masónica dominada externamente por el marxismo internacional. Publicaciones como ABC, Acción Española, El Siglo Futuro, Gracia y Justicia, Informaciones, La Nación, entre otras, y los minoritarios altavoces de un movimiento análogo español, La Conquista del Estado, La Libertad, JONS, siguieron los avances del ejemplo alemán contra un sistema democrático y parlamentario periclitado que incubó en su seno la revolución bolchevique. Mediante esta magnífica exposición de fuentes hemerográficas, el lector observa las discrepancias de criterio entre los nacionalistas católicos y el nacionalsocialismo relativas al racismo, el antisemitismo biológico —frente a una visión espiritual del judaísmo como problema ético— y las políticas de eugenesia contra minusvalías y minorías raciales. Al son de los periodos de auge, hegemonía y decadencia del nacionalsocialismo, panegiristas del III Reich, como Adelardo Fernández Arias, Vicente Gay, César González-Ruano, Pedro Mourlane Michelena o Andrés Révész, se debaten entre la defensa de un baluarte en la lucha de la civilización cristiana contra el comunismo y la reserva contenida hacia su raigambre filosófica romántica y neopagana incompatible con el universalismo católico. El debate entre ambas cosmovisiones se extiende a la interpretación de un antisemitismo ideológico basado en la condena espiritual de la conspiración mundial judía que aceptaba la prensa católica integrista frente a otra dominada por el mito de la superioridad aria sobre la raza semita —un nazismo biologicista que también tuvo sus partidarios como sus detractores ‘espirituales’ en el devenir en la oposición y en el poder del NSDAP—. El modelo totalitario, el estatismo, la eugenesia racista y el imperialismo alemán son otros de los aspectos derivados de un apoyo sometido a las contingencias históricas.
Estos contenidos se ordenan cronológicamente en cinco grandes bloques temáticos: 1) ‘Descubrimiento (1931-1933)’: donde se tratan las disparatadas reservas del Giménez Caballero hacia el nazismo racista alemán bajo el influjo del antieuropeísmo católico de Curzio Malaparte; 2) ‘Presentación (1933-1936) ’: llegado Hitler al poder, los editoriales y artículos de las principales firmas de la prensa antirrepublicana se posicionaron en sentidos distintos, contemporizando las divergencias ideológicas o resaltando sus diferencias, en especial, sobre el estatismo, el pangermanismo y el paganismo radical de Alfred Rosenberg. Las reservas hacia el etnocentrismo germánico no eran óbice para que los propagandistas del antisemitismo aplaudieran la expulsión de los judíos. Muchos veían en la ya desgastada coalición republicano-socialista el santuario ideológico de la masonería, el marxismo y el judaísmo internacionales. Las traducciones al español de El judío internacional (1920), de Henry Ford, y de Los protocolos fueron el asiento teórico de conspiraciones sobre la República como el nuevo Sion de los exiliados judíos alemanes. No obstante, durante el bienio conservador, el apoyo al hitlerismo no fue ni mucho menos unánime en las derechas españolas. Una de las voces discordantes fue el corresponsal en Berlín de El Debate, Antonio Bermúdez Cañete, expulsado de Alemania en 1935 por denunciar las leyes racistas y las políticas discriminatorias hacia los católicos. Otras publicaciones católicas como Razón y Fe insistían en denunciar la estatolatría y el panteísmo del régimen hitleriano; 3) ‘Imitación (1936-1939)’: tras el triunfo del Frente Popular, el auge de Falange en la clandestinidad y el ocaso de la CEDA, la prensa derechista impuso la dicotomía entre los estados partidarios de la civilización cristiana y el bolchevismo, suspendiéndose el debate en torno a las cuestiones que dividían a los partidarios del 18 de julio. En este capítulo se analiza la configuración del nuevo Estado franquista y sus similitudes con el modelo alemán: la adopción de la eugenesia ‘católica’ pergeñada por Vallejo-Nájera en contraste con el biologismo nazi; la llamada a una regeneración del cuerpo social ‘enfermado’ por el liberalismo y el judeomarxismo a la medida de la ‘cura’ física, moral e intelectual de Alemania por el nazismo. En este sentido, Juan Alberto Martín Fernández —alias Juan Deportista—, Carmen de Icaza, Jacinto Miquelarena o Federico Urrutia promovieron la españolización de la Kultur alemana en el arte y el deporte: el pueblo castellano y sus tradiciones seculares frente a la cultura urbanita judaica; 4) el capítulo ‘Fascinación (1939-1942)’ se centra en los años de colaboración entre el régimen de Franco y el nacionalsocialismo tras la guerra. A consecuencia de la capitulación de Francia y del dominio nazi de la Europa continental, el ministro Serrano Suñer y los falangistas fueron partidarios de una política exterior a favor del Nuevo Orden germánico que incluía el envío de tropas al frente del Este y una posible participación de España en la contienda mundial. Durante este periodo, se recrudeció el antisemitismo contra unas potencias aliadas plutocráticas y comunistas cuyas ‘aparentes’ diferencias políticas eclipsaban su común interés en preservar el control mundial de las élites judías; 5) ‘Desencanto (1943-1945)’ trata el distanciamiento del franquismo con el nazismo tras la caída de los partidarios del Eje, el descalabro de la Wehrmacht en el frente oriental y la negativa a entrar en una guerra contra el Reino Unido, sus colonias y los EEUU. La derrota de la Alemania y el fracaso del Nuevo Orden revitalizó el recelo de la prensa nacionalcatólica hacia los ingredientes anticristianos, esotéricos y neopaganos del III Reich. Se iniciaba la campaña de la España neutral y soberana, y de un Estado sostenido por pilares religiosos e ideológicos católicos en pugna con cualquier tipo de totalitarismo nazi, fascista o comunista. Da Costa ofrece un buen número de autores e ideólogos del primer franquismo —Rèvèsz, Beneyto, Miquelarena, entre otros— que trocaron sus encomiásticos elogios al III Reich en su cruzada contra el bolchevismo, la masonería y el judaísmo internacionales por una denuncia de unos totalitarismos neopaganos, estatistas, racistas e irreligiosos hermanados ahora con el materialismo marxista.
El recorrido de estas contradicciones se observa en un arco temporal de auge, hegemonía y caída del régimen hitleriano. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Nuevo Estado franquista atenuó su totalitarismo y se erigió en baluarte de la defensa espiritual del hombre frente al colectivismo deshumanizado del comunismo. 1943, año del estreno del primer noticiario NO-DO, fue el inicio de un forzoso viraje discursivo que propagaba la neutralidad y la defensa de la paz de Franco, su rechazo al fascismo y al nazismo y un inusitado convencimiento de sus acólitos de la derrota de Alemania desde el principio de la guerra, cuando la prensa celebraba la caída de la III República francesa y la Cruzada contra el enemigo soviético. Tras la liberación de París, la Francia revolucionaria y masónica pasaría a ser el reino católico de Juana de Arco. Lejos quedaban los proyectos expansionistas de Vicente Gay en Qué es el imperialismo o del posteriormente opositor Antonio Tovar en El Imperio de España (ambos de 1941); las hagiografías de Hitler y Mussolini en Dos hombres (1943), de Carmen Velacoracho; los artículos laudatorios del modelo social nazi de Carmen de Icaza o Federico de Urrutia; y las soflamas del futuro antifranquista Laín Entralgo contra la cultura libresca ‘degenerada’, combustible de las hogueras prendidas por el nacionalsocialismo.
Pudiera añadirse a este sobresaliente ensayo que el viaje de los filofascistas o filonazis no solo fue de ida y vuelta, sino que tuvo varios trayectos en múltiples direcciones. En la España de los veinte, la inicial simpatía de los somatenistas y del primorriverismo hacia el fascismo se contrapesó con el rechazo del tradicionalismo. En los estertores del Directorio, las derechas trataron un tardío y estéril retorno al constitucionalismo canovista, mientras los integristas justificaban el fracaso de la dictadura por la asunción de ideales foráneos ajenos a España. A principios de los veinte, diarios como El Siglo Futuro atacaban al fascismo por lo que tenía de socialista, de hijo de las revoluciones liberales y, por ende, de la masonería. Ya en plena República, con la aparición de Falange Española a finales de 1933, Gil Robles acusó a José Antonio Primo de Rivera de copiar inútilmente a los irreligiosos fascistas italianos o, más tarde, Ramiro Ledesma, de mimetizarse torpemente con los mussolinianos creando minúsculo grupúsculo de partidarios. Vocablos como ‘nazi’ y ‘fascista’ se usaron en la disputa política entre formaciones militantes de un amplio espectro ideológico. Antes de la guerra civil, eran habituales las viñetas satíricas de la prensa izquierdista que representaban a clérigos ataviados con aparatosas casullas adornadas con bordados de cruces latinas y gamadas. Entretanto, una buena parte de la derecha católica tildada de ‘fascista’ devolvía la acusación a sus opuestos políticos ‘ateos’, ‘izquierdistas’, ‘sectarios’ y ‘revolucionarios’.
Los periodos expuestos por Costa de imitación y fascinación coinciden también con las grandes llamadas al antifascismo desde Asturias de 1934 hasta la guerra. Comunistas, socialistas —derechistas, centristas y revolucionarios—, anarcosindicalistas, nacionalistas, republicanos de diversas ramas se aliaron para combatir a las fuerzas de la reacción ‘fascista’. En este sentido, se puede ver el viraje del discurso clasista del comunismo hacia un patriotismo de guerra impuesto en 1937 y cuyas víctimas serían Largo Caballero y el antiestaliniano POUM [Nuñez y Faraldo, 2009]. En el bando nacional, el tradicionalismo se confundió voluntariosamente con el fascismo/falangismo haciéndose propagandas sobre sus principios equivalentes en defensa de la civilización contra el bolchevismo y la judeomasonería. Estas fueron más producto de la asociación con el vocablo polémico mundial —el fascismo o el fascista— que de una transformación de principios. Así, en contra de lo que sostiene Federico Finchelstein [2017] sobre el populismo fascista como una ideología de múltiples marcas con una misma significación, el periodo de desencanto al que refiere Marco da Costa se basó precisamente en deshacerse de la corteza nazifascista sin trastornar los denominados principios del Movimiento en defensa de la civilización y contra el comunismo mundial. Es decir, aquello que en su día aunó a los filofascistas de Europa y América por encima de sus programas y parafernalia particulares fue también una justificación para erosionarlo y distanciarse del mismo.
La cuestión sigue a debate mientras los epítetos — ‘comunista’, ‘nazi’ y ‘fascista’— circulan por los medios de comunicación y las redes sociales. La propensión a extender estos términos no es un defecto contemporáneo ni un tampoco un uso espurio de una prensa y una sociedad catalizadas por su valor negativo de desacreditación. Este se diseminó desde antes de la llegada de los fascistas al poder, cuando la prensa aún se preguntaba quiénes eran los fascistas al mismo tiempo que daba respuestas concluyentes y los asimilaba a movimientos políticos no declarados como tales. Con la llegada de Hitler al poder y la hegemonía de Berlín en el Nuevo Orden de principios de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo adquirió un grado más de carga negativa que su homólogo italiano. Hoy, las derechas tienen su arsenal intelectual para atacar a los ‘nazis’ de la izquierda —desde que Hayek aunara nazismo, socialismo y totalitarismo en Camino de servidumbre (1944)— y las izquierdas, quizás, un más vasto material polémico que evoluciona al son de las problemáticas sociales, culturales y psicosexuales de las sociedades occidentales vistas como producto de un fascismo en latencia —Deleuze y Foucault— o eterno —Eco—.
En lo referente al antisemitismo, el azote de la masonería, Juan Tusquets —Masones y pacifistas (1939)—, denunció posturas extremistas en un sector ‘izquierdista’ del nacionalsocialismo movido por las teorías anticatólicas de Alfred Rosenberg. Los judíos eran así ‘responsables’ de la decadencia de la Alemania de Weimar y del ‘humillante’ orden internacional después del Tratado de Versalles, pero su influjo negativo en Occidente no podía deberse a razones biologicistas, sino espirituales. Otros simpatizantes, como el camaleónico Giménez Caballero, nos ofrecen la contradicción entre un inicial panhispanismo filosefardí predicado en La Gaceta Literaria, o en la película Los judíos de la patria española (1929), y el acerado antisemitismo del autoapodado Gran Inquisidor de los años postreros de la vanguardia española. Da Costa no se olvida del prólogo al compendio de artículos publicados en la prensa de Baroja durante la República —Judíos, comunistas y demás ralea (1938)—. Aunque siempre alejado de la derecha española, Don Pío suscribió las teorías raciales nazis, llegando a afirmar que el marxismo y el espíritu disgregador de las sociedades europeas arias era esencialmente semita. Otro ejemplo literario citado por Da Costa de un autor arrastrado por la corriente de época es la novela humorística El naufragio del Mistinguett (1938), de Enrique Jardiel Poncela, donde se muestra a un judío que rapiña las pertenencias de los náufragos ahogados y utiliza a los supervivientes de otras nacionalidades para sus maléficos fines y beneficio personal.
El antijudaísmo cimentó la propaganda del bando nacional y de los primeros años de la posguerra hasta la debacle de las potencias del Eje. En La derecha española y los judíos (2008), Isabelle Rohr detalla la historia de una fobia hacia el ‘judeomarxismo’ y la ‘judeomasonería’ modulada a lo largo de la primera mitad del siglo veinte. Este ensayo recoge las simpatías de Franco hacia los judíos abandonados a su suerte tras la derrota de Annual. Años después, su Cruzada se haría contra «el espíritu judaico que permitía la alianza del gran capital con el marxismo» [op. cit. Rohr, 2007: 105]. En la posguerra, ante la coyuntura de una España aislada política y económicamente, la inicial hostilidad del régimen derivó en un «cordial y generoso impulso de simpatía y amistad hacia una raza perseguida a la que los españoles se sienten unidos por vínculos tradicionales de sangre y de cultura» [op. cit. Rohr, 2007: 18].
En conclusión, el ensayo de Marco da Costa es de obligada lectura para aquellos interesados en el antisemitismo, el filonazismo y, en general, el autoritarismo en España y sus múltiples derivaciones ideológicas. En este sentido, Da Costa enfatiza la coyuntura política por encima del formalismo historiográfico que traza una clara línea entre el fascismo y no fascismo tradicionalista español. De este modo, un enfoque dialéctico sobre esta relación permite al estudioso adquirir un sentido más amplio del fascismo y el nazismo como dos elementos fundamentales en los discursos de los partidos durante la República, la guerra de 1936 y el régimen franquista.
Bibliografía
Da Costa, Marco (2023): La España nazi: crónica de una colaboración ideológica e intelectual, Madrid, Taurus.
Faraldo, José M. & Núñez, Xosé M. (2009): “The First Great Patriotic War: Spanish Communists and Nationalism, 1936-1939”, Nationalities Papers 37.4, pp. 401-24.
Finchelstein, Federico (2017): From Fascism to Populism in History, University of California Press.
Rohr, Isabelle (2007): La derecha española y los judíos, Publicacions de la Universitat de Valencia, 2010.
UNH / CEA CAPA Madrid