El derecho a la calma

Pilar Mesonero*

«—¿A dónde irán tan deprisa, pienso yo?

—¿Quién va deprisa, señorito?

—Todos, hija; parece como que tuvieran miedo de no llegar» («La hoja roja»).

Miguel Delibes (1920-2010).

Querido lector, estas breves páginas no han de ser leídas en diagonal. Entendemos que no eres ya el desocupado lector cervantino (ese Cervantes tan apreciado por el alcalaíno Manuel Azaña) pero sí que debes prestar atención. Apaga las redes, lee en silencio, acalla el constante estímulo de la acuciante modernidad. La aceleración te engaña. Te rogamos que apagues el teléfono: comienza la función.

La cultura del capitalismo tardío ha sido descrita con bastante acierto como la de la aceleración. La inmediatez se ha convertido en el gran adalid de la satisfacción inmediata donde el individuo deja de ser ciudadano y se convierte en consumidor de su propio tiempo. La prisa empapa lo cotidiano de (in)experiencias y convierte la existencia del ser humano en un gran muestrario de sensaciones, en brochazos archivados de manera caótica en nuestra memoria. Nos asomamos de manera fugaz a los acontecimientos de nuestra propia experiencia vital.

Según Hartmut Rosa la aceleración provoca varios tipos de alineación con respecto a nuestras acciones y deseos. Debido al gran número de acciones que no tenemos tiempo de realizar, no podemos experimentarlas de verdad, ni registrarlas en nuestro contexto, ni siquiera insertarlas en el relato de nuestras experiencias y vidas (2012: 10-127). Actuamos por actuar, sin memoria de lo que hacemos. Nos estamos convirtiendo en una sociedad sonámbula y autómata. La mecanización del universo de Huxley ha tomado las calles de nuestros entornos. Respondemos a estímulos sin apenas digerirlos emocionalmente. Así, entre notificaciones y notificaciones, vamos dando tumbos por las autopistas hiper conectadas de la modernidad. La sociedad parece hacerse eco de los versos de E. Allanegui: «Así crecí volando y volé tan deprisa que hasta mi propia sombra de vista me perdió…». Esa prisa nos deshumaniza y permite aquellas terribles noticias como la de René Robert, el fotógrafo del flamenco que murió congelado tras caer en la calle y que nadie se parara a ayudarlo (Herrero, 2022). La obligación de contestar de modo forma casi inmediata nos arrastra a lo que el sociólogo y filósofo Paul Virilio considera la “tiranía del instante” (2019), que Nicole Aubert concretiza en la instantaneidad, la inmediatez y la urgencia (2018). Somos rehenes de una realidad dictatorial que nosotros mismos hemos creado buscando la comodidad y la satisfacción. Hemos borrado de nuestras conciencias la consciencia. Y todo a base de clicks.

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Manuel Azaña y Cipriano de Rivas Cherif iniciaron su aventura editorial La Pluma en junio de 1920 escogiendo una bella imagen para la portada de su revista fetiche: en ella se adivinaban los trazos ondulantes, abiertos, incitantes de una escritura manuscrita que se combinaban con una bonita fuente tipográfica de carácter modernista en una demostración de que lo manuscrito y lo impreso convivían.

Las revistas culturales del modernismo y del novecentismo eran, indudablemente, un placer para los sentidos. Su prosa literaria, trabajada, cuidada, mimada hacían del escritor o periodista un artesano y artista al unísono. La pluma reposaba en el tintero los segundos necesarios para digerir y saborear la conjunción de pensamiento y palabra. No se engullía la redacción porque la pluma impedía la deglución mecánica de las teclas del pensamiento.

El logotipo de portada de la revista enfatizaba esta noción: un tintero de fondo permitía y dotaba de líquido a una pluma estilográfica y a una de ave—posiblemente un ganso que servía de marco para la primera. Azaña y Rivas Cherif abrían el número con un pórtico que indicaba de manera bastante modesta que decían “Un par de palabras que a lo mejor no estaban de más”. En una prosa de carácter cervantino, recordemos la tremenda admiración que Azaña tenía por su compatriota de Alcalá, se indicaba

La Pluma será un refugio donde la vocación literaria pueda vivir en la plenitud de su independencia, sin transigir con el ambiente.

La Pluma bebía de la tinta en calma y así se moldeaban los pensamientos y la creatividad artística.

En el editorial de su segunda época, Martínez Azaña y Vélez insistían: “hoy la cultura no se reconoce. Presiones de toda índole lo impiden, pero su fuerza liberadora, su carácter festivo, la percepción de las utopías realizables, continúa siendo médula y esqueleto de sus latidos de su corazón milenario y nuevo, como el corazón de las revoluciones” (6). Era momento de recuperar la alegría.

Azaña y Rivas escogieron una pluma de ganso en tiempos de impresión mecánica, Martínez Azaña y Vélez la retomaron 60 años después con la llegada del capitalismo global a España. Si el Azaña de la primera época se despedía de su obra como si Don Quijote se tratara, y el de la segunda hacía teatro a partir del sueño de Barataria, no puede esta tercera por menos que seguir esta estela cervantina, personal y familiar de evitar la prisa. Apagar las noticias, ir despacio. No entrar en el sistema de la aceleración es una manera de ser más librea. Vivir despacio te permite hacer más cosas.

Si la primera pluma se alumbró en un momento de cambios técnicos y políticos y la segunda en plena restauración de la democracia, esta tercera nace en la era digital; momento fascinante y peligroso donde un proyecto de largo alcance como éste pretende situarse en la tradición de la modernidad cultural, no la fluida y líquida posmodernidad. En este sentido, La Pluma no es una revista de actualidad, no busca lo instantáneo, lo inmediato y lo urgente, sino lo perpetuo (que no lo granítico), lo separado, lo importante.

Querido lector, estas breves páginas no han de ser leídas en diagonal. Vive despacio. Reivindica tu derecho a la calma.

Bibliografía

Aubert, Nicole, @ la recherche du temps. Individus hyperconnectés, societé accélerée: tensions et transformations, Toulouse, Editions Erès, 2018.

Herrero, Amado, “René Robert, el fotógrafo del flamenco que murió congelado tras caer en la calle”, El Mundo, 28 enero 2022, URL: enlace

Rosa, Hartmut, Aliénation et accelération. Vers une théorie critique de la modernité tardive, trad. Thomas Chaumont, París, La Découverte, 2012.

Virilio, Paul, Vitesse, París, Le Pommier, 2019.

* Pilar Mesonero es profesora de educación secundaria. Con varias publicaciones académicas, se encuentra actualmente cursando el doctorado en Estudios Literarios de la Universidad Complutense.

Revista editada en Madrid por Teatrero del ITEM.
Registro Legal: M.17304-1980
ISSN(e): 3020-4062